Las emociones son impulsos para actuar, es decir, disposiciones para la acción.
Estas tendencias biológicas -que están moldeadas por nuestras experiencias pasadas y nuestra educación (la historia personal y la historia social)- guían nuestras decisiones, trabajando en colaboración con la mente racional y permitiendo –o imposibilitando- el mismo pensamiento.
El complejo mundo de las emociones interviene en cómo resolvemos los problemas.
Salovey, investigador de Yale, USA, define la inteligencia emocional como “una parte de la inteligencia social, que concierne a la habilidad de comprender sentimientos propios y ajenos y de utilizarlos para nuestros pensamientos y acciones”. Y añade que una sociedad que no fomenta la inteligencia emocional crea individuos insatisfechos y no solidarios.
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Para mí las emociones son como un sensor que me indica cómo andan mis pensamientos. Es decir, si experimento emociones negativas como enojo, impaciencia, etc. y me doy cuenta de ellas, me percato también de que mis pensamientos probablemente también están siendo de tipo negativo y por tanto, estoy desperdiciando mi energía en algo que no es benéfico para mí.
El chiste está en volverse conciente de las propias emociones. Es como hacerse un “escaneo” de las emociones varias veces al día.
El cuerpo nos ayuda en esto de hacerse conscientes de las emociones, pues él refleja de muchas maneras lo que sentimos. Las mandíbulas apretadas, las mariposas en el estómago,el dolor de cuello o cabeza, la sonrisa involuntaria, etc. son signos de las emociones que estoy viviendo.
Hay que observarnos a nosotros mismos más seguido y con más detenimiento.